Resumen
En este artículo me gustaría examinar la migración a la luz de la encarnación, la misión y el discipulado. Más allá de explorar la migración desde un abordaje teológico, se puede ofrecer una nueva forma de entender esta cuestión, compleja y controversial. Mi argumento es que el/la verdadero/a extranjero/a no es aquel/ aquella que no tiene documentos oficiales, sino aquel/aquella que se desconecta tanto de las personas con necesidades, que alcanzan a ver en el/la migrante, tan sólo el reflejo de Cristo y el reflejo de sí mismos/as. La migración, de hecho, no es sólo una cuestión social, política y económica, sino una forma profunda de pensar sobre quiénes somos frente a Dios, y lo que significa ser humano en el mundo.
Abstract
In this essay I would like to examine migration in light of the incarnation, mission and discipleship. In addition to exploring how a theological approach to migration might give us a new way of understanding this complex and controversial issue, my argument is that the true alien is not the one who does not have official papers but those who are have so disconnected themselves from those in need that they fail to see in the immigrant not only the reflection of Christ but also an image of themselves. Migration in fact is not only a social, political and economic issue but a profound way of thinking about who we are before God and what it means to be human in the world.
Hoy, más de 200 millones de personas, o uno de cada treinta y cinco personas en el planeta, están migrando alrededor del mundo. Este es el equivalente a la población de Brasil. Alrededor de 30-40 millones de estas personas son indocumentadas, 24 millones se han movilizado internamente y aproximadamente 10 millones son refugiadas. Una cuestión que define nuestro tiempo, la migración toca cada área de la vida humana, de forma tal que algunos/as investigadores/as se refieren a nuestros tiempos como “la edad de la migración”. Compleja y controversial, la migración evidencia no sólo un conflicto en las fronteras geográficas, sino también las encrucijadas turbulentas entre la seguridad nacional y la seguridad humana, entre derechos nacionales de soberanía y derechos humanos, entre ley civil y ley natural, entre ciudadanía y discipulado .
Dos de las más mortales fronteras de migración son los desiertos entre México y los Estados Unidos y las aguas entre el sur de España y de Marruecos. Más de mil personas por año pierden su vida en estas fronteras entre la Tierra Prometida Americana y la Fortaleza Europea. Algunos van huyendo de una guerra o de una persecución, mientras que otras van buscando un empleo para proveer de alimentación, medicina y abrigo a sus familias que quedan en sus lugares de origen. Prácticamente cada una de ellas, sin excepción, van buscando oportunidades que les permitan vivir sus vidas de forma más digna.
En estas tierras fronterizas de América del Norte y de Europa he preguntado a los/ las inmigrantes y refugiados/as, a lo largo de los años, como se relacionan con Dios en su peligroso periplo. Yo también busco entender a Dios a partir de esta realidad migrante. Durante esta investigación sobre la espiritualidad de los migrantes y la teología de la migración, viajé al pequeño territorio español de Ceuta, que está exactamente al lado opuesto de la península de Gibraltar, en las costas de Marruecos. Allá encontré a un refugiado llamado Emmanuel, y durante tres días él compartió conmigo algunos aspectos de este periplo interior y exterior que gestó mientras migraba hacia el sur de África.
La jornada de él no fue de semanas o meses, sino de años. Perdió no sólo su tierra natal, sino a su hermana, quien murió en el trayecto, mientras ambos intentaban cruzar el desierto del Sahara. Él pasó meses escondiéndose en las montañas, llegando a estar hasta seis meses sin bañarse, comiendo moscas y cachorros de animales salvajes. De incidente en incidente sufrió todo tipo de indignidad imaginable.
Cuando él me preguntó sobre mi vida, le conté que yo era un padre y profesor y que estaba escribiendo sobre la migración, la espiritualidad y la teología. Mis palabras lo hicieron pensar y dudar, mientras él reflexionaba sobre su propia experiencia. Entonces me dijo: “algunas personas dicen que la razón por la cual nosotros los africanos/as sufrimos y tenemos que pasar por tanto dolor es porque nosotros somos descendientes de Judas. Como resultado de lo que hicimos con Cristo, nosotros tenemos que pagar las consecuencias. ¿Es eso verdad?”…
Las palabras de Emmanuel me perturbaron profundamente. Él no sólo me hizo consciente de la necesidad de conectar migración con teología, sino también de la necesidad de releer de manera más liberadora algunos de los temas centrales de las Escrituras, desde la perspectiva de la realidad migrante. En este artículo, me gustaría examinar la migración a la luz de la encarnación, de la misión y del discipulado. Más allá de explorar la migración desde un abordaje teológico, se puede ofrecer una nueva forma de entender esta cuestión, compleja y controversial. Mi argumento es que el/la verdadero/a extranjero/a no es aquel/ aquella que no tiene documentos oficiales, sino aquel/aquella que se desconecta tanto de las personas con necesidades, que alcanzan a ver en el/la migrante, tan sólo el reflejo de Cristo y el reflejo de sí mismos/as. La migración, de hecho, no es sólo una cuestión social, política y económica, sino una forma profunda de pensar sobre quiénes somos frente a Dios, y lo que significa ser humano en el mundo.
Encarnación: fronteras rotas y la migración de Dios hasta la raza humana
Pese a que, relativamente, hay poca investigación teológica sobre este tópico, la migración está en el corazón de las Escrituras. Desde la llamada a Abraham (Gén 12,1-25,18) hasta el Éxodo de Egipto (Ex 1,1-24,18); desde la peregrinación de Israel por el desierto (Ex 12,31; Núm 33,49) hasta su experiencia de exilio; desde la fuga de la sagrada familia a Egipto (Mt 2,13-18) hasta la actividad misionera de la Iglesia ((Mt 28,19-20; Mc 16,15-16; Lc 24,46-49; Jn 20,21-22; Hch 1,8). La propia identidad del Pueblo de Dios está intrínsecamente entrelazada con la historia de riesgo, hospitalidad y movimiento
La comprensión cristiana de Dios está enraizada, como dice Karl Barth, en la “ida del Hijo de Dios a tierras distantes”. Él no usa explícitamente el término migración, sino que sus reflexiones son una forma metafórica de hablar de la ida de Dios hasta el territorio oscuro de una humanidad pecadora, fragmentada. Esta tierra distante está marcada por la discordia y el desorden humano, un lugar de división y disensión, un territorio marcado por la muerte y por el tratamiento degradante a los seres humanos. Este es el mundo en el cual el drama de la migración tiene lugar, y el mundo en el cual Dios entró y al cual sigue escogiendo para entrar.
En el movimiento de Dios con dirección a nuestro mundo, Dios supera las barreras causadas por el pecado, rediseña las fronteras creadas por las personas que se alejaron de Dios y entra en los lugares más remotos y abandonados de la condición humana, a fin de ayudar a hombres y mujeres perdidos/as en su supervivencia terrena, a encontrar el camino de retorno a Dios. En otras palabras, la encarnación revela la gran migración de la historia humana: el movimiento de Dios por amor a la humanidad hace posible el movimiento de la humanidad hacia Dios.
Como narra el evangelista Juan, la migración define la propia auto-comprensión de Jesús: “Jesús, por su parte, sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,3). Dios migra dentro de un mundo que es pobre y dividido, no porque haya algo de bueno con relación a la pobreza y la división, sino porque es precisamente desde el lugar más oscuro de la historia desde donde el Dios de la vida quiere revelar esperanza para todos/as en este mundo, como migrantes que experimentan dolor, rechazo y alienación. Incluso cuando los seres humanos mismos erigen todo tipo de barreras, Dios revela en Cristo que nadie está aislado del abrazo divino.
La encarnación, entonces, es un evento de cruce de fronteras, un modelo de auto-donación graciosa, a través del cual Dios se vacía de todo, menos del amor, para poder identificarse más plenamente con los otros/as, para poder entrar completamente en su condición vulnerable y acompañarlos/as en un acto profundo de solidaridad divina-humana. Esta naturaleza de gracia de la encarnación ofrece un referente diferente para avalar la migración humana, puesto que cuestiona algunas de las premisas subyacentes en debate. Al cruzar las fronteras que dividen a los seres humanos de Dios, la encarnación es un don profundo que trae consigo profundas exigencias para aquellos/as que la reciben . La migración no es sólo una metáfora descriptiva del movimiento de Dios en dirección a los otros/as, sino también una respuesta humana de discipulado.
Discipulado: Re-imaginar fronteras; el desafío de la reconciliación
La migración es muy frecuentemente relacionada con las fronteras entre Estados naciones, pero desde una perspectiva teológica, también está ligada con otro tipo de territorio. El discipulado cristiano, en cuanto situado en el contexto de la ciudadanía del reino en este mundo, está irrevocablemente basado en la ciudadanía y en un movimiento que se dirige a otro reino. El reino que proclamó Jesús es un reino de verdad y vida, de santidad y gracia, de justicia, amor y paz, que conduce a las personas a un terreno concreto de acción social y de una ética diferente . El reino no está basado en un aspecto geográfico o político, sino en una iniciativa divina de apertura del corazón y compromiso relacional. El reino fomenta una visión diferente del mundo, donde muchos/as de los primeros/as son los/as últimos/as primeros/as (Mt 19,30; Mc 10,31; Mt 20,16; Lc 13,29-30). Jesús claramente enseñó que muchos de los valores y medidas que las personas emplean para medir a otras personas de este mundo serán invertidos en el mundo que viene; muchos/as de aquellos/as que son excluidos/as ahora, tendrán prioridad en el reino. A más de ello, este reino no es un territorio estático, sino un territorio que llama a las personas a la movilidad, haciendo de la Iglesia exiliados en la tierra, extraños en este mundo y transeúntes en tránsito a otro lugar.
Después de llegar al poder y volverse más próspero, Israel frecuentemente olvidó su historia de migración de Egipto y, consecuentemente, se olvido de aquellos/as que los trataron de extranjeros y migrantes. La palabra ‘Egipto’ (mitsrayim) literalmente significa “doble estrechez” (es una referencia a los estrechos superior e inferior que formaban el territorio de Egipto, a través del cual corría el río Nilo), “lugares estrechos” o “confinamiento estrecho” . En Éxodo 20,2 leemos “Yo, el Señor, soy tu Dios, que los trajo de la tierra de Egipto, aquel lugar de esclavitud”. Al ir más allá de la lectura literal de la palabra mitsrayim, las interpretaciones figurativas subsecuentes son impresionantes. Israel fue liberado no sólo de un territorio nacional específico, sino también de una forma estrecha de pensar. La liberación en el Sinaí significa algo más que la simple retirada de las cadenas. Ella envuelve una migración cognitiva, que asume una nueva perspectiva, que adopta una nueva forma de mirar el mundo, de experimentar una visión diferente y, fundamentalmente, una nueva forma de amar como Dios ama. La migración de Israel, después del Éxodo, deberá ayudarle a vislumbrar otra forma de vivir en el mundo que probó ser más desafiante que la mera migración geográfica. La sabiduría rabínica, a lo largo de los siglos, constantemente reiteró que era más fácil sacar a Israel de Egipto, que sacar a Egipto (y su mentalidad imperial) de Israel.
Más allá de prometer lealtad a un país específico, el evangelio resalta que nuestra obediencia última debe ser solamente a Dios, que es quien nos conduce más allá de cualquier frontera nacional o política, a una fidelidad última que es al reino. En la carta de Pablo a los Filipenses, él describe a los cristianos/as como personas que viven en ese mundo, pero cargando el pasaporte para ir a otro mundo: “Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor” (Flp 3,20). El escritor de Hebreos habla de la jornada en esperanza con dirección a un lugar diferente: “sabiendo que no tenemos aquí una patria permanente, sino que andamos en busca de la futura.” (Heb 13,14). Eso significa que, pese a que las fronteras que definen a los países, pueden tener algún valor aproximado, ellas no son las que, en última instancia, definen el cuerpo de Cristo.
La Iglesia no sólo traspasa las fronteras, sino que se une con aquellos/as que están al otro lado de ellas, dando así expresión a su interconexión como pueblo de Dios. La Iglesia sirve a todas las personas, independientemente de sus creencias religiosas, de su estatus político o de sus orígenes nacionales. En imitación a su fundador y su cuidado de todos/as, la Iglesia da preferencia especialmente a aquellos/as que son pobres, vulnerables, tratados como insignificantes por este mundo.
Desde la perspectiva de una teología de la migración, ningún texto es más central que Mateo 25,31-46 . Mientras que los estudiosos/as siguen debatiendo quienes son los “menores” (en griego elachistōn) en esta pasaje, lo que es significativo para nuestra discusión aquí es que este texto se parece mucho a un resumen descriptivo del/la migrante y refugiado/a: hambriento/a en su tierra natal, sediento/a en los desiertos que intentan cruzar, desnudo/a después de haber sido robados/as de sus pertenencias, hechos/as prisioneros/as en centros de detención, enfermos/as en hospitales, y si ellos y ellas consiguen llegar a su destino, serán frecuentemente alienados/as, marginados/as. Cuidar de los/as menos significativos/as de la sociedad implica cruzar fronteras, a fin de forjar nuevas relaciones y poner el veredicto del juzgamiento, en gran medida, en las propias manos de las personas: la calidad con que las personas cruzan las fronteras en esta vida determina la calidad con que van a cruzar la otra (Lc 16,19-310). Cruzar estas fronteras es central para la creación de una sociedad más justa, y eso está en el corazón de la misión de la Iglesia.
Misión: Cruzar fronteras y construir una civilización de amor
La misión de la Iglesia como comunidad de discípulos/as es proclamar a un Diosde la vida y hacer de nuestro mundo algo más humano; en palabras del Papa Pablo VI, construyendo la “civilización del amor” . El mensaje universal del evangelio está dirigido a todas las naciones y a todos los pueblos, y trata sobre todos los aspectos de los seres humanos y al completo desarrollo de cada persona . La Iglesia, a través del poder del Espíritu, asume el Gran Mandato de Jesús de migrar a todas las naciones, proclamando la Buena Noticia de la salvación y trabajando contra las fuerzas del pecado que desfiguran la imagen de Dios en cada ser humano (Mt 28,16-20). A más de los ministerios fundadores de Pedro y Pablo, la tradición sustenta que tales esfuerzos misioneros hicieron que Santiago emigrase a España, Felipe a Asia y Tomás a la India, incluso se dice que llegó a las Américas.
Esta misión desafía aquellas tendencias humanas que idolatran al Estado, a una religión o a alguna ideología particular, usada como fuerza para excluir y alienar, tanto cuando es usada para someter como para fingir obediencia a una causa mayor. La apertura de Jesús a los/as gentiles, su búsqueda de la mujer siro-fenicia o de la cananea (Mt 15,21-28, Mc 7,24-30), su respuesta al centurión romano (Mt 8,5-13, Lc 7,1-10) y su práctica de mesa compartida ilustra la disposición que Él tuvo para sobrepasar las fronteras e interpretaciones estrechas de la ley, en obediencia a una ley mayor: la ley del amor (Mc 12.28-34).
El compartir de la mesa de Jesús con los pecadores/as (Mt 9,9-13), su preocupación por aquellos/as que estaban fuera de la ley (Mt 8,1-4) y su elogio al justo Buen Samaritano (Lc 10,25-37) levantan importantes preguntas sobre la ley, sus objetivos, sus malos usos y sus abusos. Jesús reconoce el valor de la ley (Mt 5,17-18), pero también desafía a las personas para que vean un cuadro más amplio de la ley y entiendan su significado más profundo (Lc 13,10-17). En los evangelios hay tres relatos paralelos de los discípulos de Jesús arrancando espigas de trigo en Sábado, para aliviar el hambre y de Jesús curando a un hombre que tiene una mano seca, en la sinagoga y en sábado. Cuando es cuestionado por los líderes religiosos y por las multitudes por estas acciones que trasgreden las leyes sobre el sábado, Jesús responde que el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado; que la “ley mayor” dice que lo legal es hacer el bien el sábado y, por extensión, cualquier otro día (Mt 12,1-14; Mc 2,23-3,6; Lc 6,1-22). En sus palabras y acciones, Jesús demuestra que la compasión exige una lectura de la ley que tenga como consideración primera , la satisfacción de las necesidades humanas.
Ninguna área es más divisora en el debate sobre la migración que la cuestión de las leyes y las políticas públicas de inmigración . En los discursos públicos es común escuchar a personas decir que no tienen problema con la migración, sino con el hecho de que las personas que emigran quebrantan la ley. El problema con esta perspectiva es que, al invocar categorías clásicas de Santo Tomás de Aquino, no se hacen distinciones entre lo que es la ley divina, la ley eterna, la ley natural y la ley civil . Esta confusión se vuelve particularmente problemática cuando algunas personas, haciendo uso de una interpretación errónea de la teología paulina (Rom 13,1-7), incuestionablemente relacionan ley civil y política pública con un mandato divinamente ordenado. Las ordenaciones y regulaciones relacionadas con los derechos nacionales de soberanía y ley civil necesitan ser vistas junto con ,las necesidades, deberes y responsabilidades propias de los derechos humanos, de la ley natural y de la voluntad de Dios . Aun cuando la noción misma de ‘ley natural’ es un tópico altamente disputada en los estudios teológicos, y nuestra comprensión de ‘ley divina y eterna’ sea incompleta, como mínimo ‘ley’ significa que la dignidad humana derivada de la imago Dei (Gén 1,26) exige la satisfacción de las necesidades humanas básicas.
Las estructuras de una sociedad deben ser seriamente examinadas, bajo la totalidad de la racionalidad legal, cuando millares de migrantes y refugiados/as, que buscan comida, techo, ropas y trabajo, mueren todos los años, intentando cruzar lugares como los desiertos del sureste americano o las aguas que dividen África del norte de Europa. Aquí hay varios tipos diferentes de ley que están operando: leyes de las naciones que controlan fronteras; leyes de naturaleza humana que llevan a las personas a buscar oportunidades que prometen vidas más dignificadas; ley natural que trabaja con dimensiones éticas para responder a aquellos/as que están en necesidades; y la ley divina que busca entender la voluntad del Providente Creador para todas las personas. El hecho de que tantos migrantes estén muriendo en su búsqueda de una vida más digna, provoca preguntas serias sobre las actuales leyes y políticas civiles y su disonancia con otras formas de ley. Como Martin Luther King, Jr. lo expresó: “Una ley injusta es una ley humana que no está enraizada en la ley eterna y en la ley natural” ; ella es violencia contra la imago Dei. Cuando las personas cruzan las fronteras sin la apropiada documentación, la mayoría no está simplemente quebrando las leyes civiles, sino que están obedeciendo a las leyes de la naturaleza humana, tales como la necesidad de alimentar a sus familias o encontrar un empleo que satisfaga su deseo de una vida más digna.
Jesús también estaba preocupado con la ley, por la forma como ésta había tomado cuerpo en la formulación religiosa. Su práctica de compartir la mesa nos ofrece una ventana muy importante para la comprensión de la ley a la luz del Reino de Dios. A través del compartir de la mesa, Jesús cumple con el mensaje de los profetas, convida a todas las personas para la salvación y promete a sus discípulos un lugar en ‘la mesa’ del Reino de Dios (Lc 22,30). Jesús, con frecuencia, cruzó las fronteras creadas por las estrechas interpretaciones de la ley y compartió una relación con aquellos/as que estaban marginados de la sociedad, a fin de crear nuevas comunidades. Jesús, de manera particular, fue en busca de aquellos/as que eran marginados/as racial (Lc 7,1-10), económica (Lc 7,11-17), religiosa (Lc 7,24-35) y moralmente (Lc 7,36-50). Este convite a la mesa era una buena noticia para los/as pobres y otros/as que eran considerados insignificantes o eran rechazados/as por la sociedad, pero también confundía a algunos/as y escandalizaba a otros/as. La importancia de que Jesús comparta la mesa con los pecadores es que Él cruza las fronteras humanas que dividen a un ser humano de otro.
El compartir la mesa con los pecadores, en palabras de Norman Perrin, “debió ser más significativa para sus seguidores/as y más ofensiva para sus críticos/as”. Su rechazo de las categorías sociales y religiosas de inclusión – exclusión fue probablemente lo que llevó a sus críticos/as a querer acabar con Jesús, dado que su postura confrontaba su visión religiosa. Como afirma R. J. Karris: “Jesús fue crucificado por la forma como Él comió”. Al invitar a escribas, recaudadores de impuestos, pescadores y zelotes a una misma comunidad, Jesús desafió a sus seguidores/as a vivir una nueva forma de relacionamiento que sobrepase las fronteras humanamente construidas; una forma de ralación que no se base en el estatus social, ni en las reglas de una nación o en una auto-justificación religiosa, sino en una esperanza común que se sustentaba en la venida del Reino de Dios (Mt 8,11; 11,16-19). Para Jesús, la capacidad ilimitada de misericordia de Dios no podía ser contenida dentro de las paredes de mentalidades limitadas (Mt 7,1-5; Mt 13,10-17), y Él desafiaba a las personas a que se dieran cuenta de una ley mayor, basada en la misericordia infinita de Dios, en lugar de sus nociones limitadas de merecimiento y no merecimiento (Lc 6,27-38).
Conclusión: Una Iglesia migrante en un mundo extranjero
Una teología de la migración busca entender lo que significa asumir la mente y el corazón de Cristo a la luz de la situación de los migrantes y refugiados/as de hoy. Ella busca fortalecer a los/as débiles y empoderar a una Iglesia peregrina, a través de una visión renovada de Dios y de la vida humana, en la forma como ella es vivida entre el horizonte escatológico de fe e increencia, y un horizonte histórico de justicia e injusticia. Ella ofrece no sólo más información, sino una nueva imaginación, una imaginación que refleja en su corazón lo que significa ser humano delante de Dios, y vivir juntos/as en comunidad
La fe cristiana y su comprensión de la migración reposa, en última instancia, no solamente en las vicisitudes de la política o en los intereses legítimos de las naciones-estados, sino en aquel que emigró del cielo a la tierra, quien a través de su muerte y resurrección, pasó de la muerte a la vida. Pablo resalta cómo la muerte, al derrumbar la pared de la enemistad y la división y vuelve posibles nuevas oportunidades para la reconciliación, al tiempo que revela nuestras conexiones más profundas para ser una familia humana en su sentido más amplio (Ef 2,14). De la misma forma, cuando hay paredes impenetrables que persisten en el corazón humano, el seguimiento de Cristo es una invitación a “emigrar” con Él, del pecado a la gracia, de la esclavitud a la libertad, de la injusticia a la justicia, de la muerte a la vida nueva.
Limitar la compasión a las fronteras de una nacionalidad, de una familia o incluso de uno/a mismo/a, es una migración que nos aleja de la reconciliación y nos direcciona a la desintegración. Para tales personas, una teología de la migración nunca tendrá sentido, pues siempre será una noticia que viene de tierra extranjera. Sin embargo, desde una perspectiva cristiana, el y la verdadero/a extranjero/a no es aquel/aquella indocumentado/a políticamente, sino aquellos/as que se desconectan de tal forma de su prójimo necesitado, que ellos/as hablan sin ver en los ojos del extranjero/a un espejo en que se refleja la imagen de Cristo y la imagen de ellos mismos (Mt 25,31-46), que está llamando a vivir la solidaridad humana.
Daniel Groody, csc /
1 Corby Hall / Notre Dame, IN 46556 / USA
E-mail: dgroody@nd.edu
Fone: 574 850-4511 or 574 631-5096.
Dr. Daniel G. Groody, csc es sacerdote de la Congregación de la Santa Cruz. Enseña teología y es el Director del Centro para la Espiritualidad y la Cultura Latina en el Instituto para Estudios Latinos de la Universidad de Notre Dame. Es autor de varios libros, incluido Border of Death, Valley of Life: An Immigrant Journey of Heart and Spirit (2002) y Globalization, Spirituality, and Justice: Navigating the Path to Peace (2007). También es editor de The Option for the Poor in Christian Theology (2007), y con Gioacchino Campese, co-editor de A Promised Land, A Perilous Journey: Theological Perspectives on Migration (2008). También es el productor executivo de varios filmes y documentales que incluye One Border, One Body: Immigration and the Eucharist e Dying to Live: A Migrant’s Journey. Para más informaciones véase www.nd.edu/~dgroody y www.dyingtolive.nd.edu.
Para más informaciones sobre estas estadísticas, véase http://www.iom.int/jahia/Jahia/pid/254.
Stephen CASTLES y Mark J. MILLER, The Age Of Migration: International Population Movements In The Modern World, Londres: The Guilford Press, 2003.
Daniel G. GROODY y Gioacchino CAMPESE, eds., A Promised Land, A Perilous Journey: Theological Perspectives on Migration, Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 2008. Este artículo se deriva, en parte, de un trabajo más largo que aparecerá en Theological Studies el 2009.
Karl BARTH, Church Dogmatics, IV.1, “The Doctrine of Reconciliation,” trad. G. W. BROMILEY, ed. G.W. BROMILEY y T.F. TORRANCE, Londres: T&T Clark International, 1956/2004, pp.157-210.
Gustavo GUTIÉRREZ, “Memory and Prophecy,” en The Option for the Poor in Christian Theology, ed. Daniel G. GROODY, Notre Dame, IN, University of Notre Dame Press, 2007, p.28.
Lumen Gentium, no. 36.
Christine POHL, “Biblical Issues in Mission and Migration,” Missiology 31 no. 1 (Janeiro 2003): 3-15.
Agradezco a Lisa Marie Belz por esta sugerencia. Las letras hebraicas para “Egipto” son aquellas encontradas en el Sal 116,3 “la trampa (literalmente “el confinamiento opresor” o “estrechos apartados”) del Sheol…”; y el Sal 118,5 “desde mi ‘aflicción’ (literalmente ‘estrecho,’ ‘confinamiento estrecho,’ ‘lugar apartado’) yo clame al Señor”. Hay una combinación exacta entre el no-vocalizado “Egipto” hebraico y los “estrechos apartados” como está escrito en Lam 1,3: “Todos sus perseguidores vinieron sobre ella, donde ella estaba estrechamente confinada”. El autor de las Lamentaciones está claramente usando aquí un juego de palabras, entre “confinamientos estrechos” y Egipto. Véase Laurel A. DYKSTRA, Set Them Free: The Other Side of Exodus, (Maryknoll, N.Y., Orbis Books, 2002, p. 58.
Para más informaciones sobre las diferentes formas como Mateo 25,31-46 ha sido interpretado a lo largo de la historia, véase John DONAHUE, “The ‘Parable’ of the Sheep and the Goats: A Challenge to Christian Ethics,” Theological Studies 41, no. 1 (Marzo 1986): 3-31.
Pablo VI, Discurso Regina Coeli, 17 de mayo de 1975, Disponible online en http://www.civilizationoflove.net/19700517_Summary.htm, acceso el 19 de octubre de 2008.
Populorum Progressio, no. 42.
Sobre un trabajo importante respecto a Política Pública y valores cristianos, véase Dana W. WILBANKS, Re-Creating America: The Ethics of U.S. Immigration Refugee Policy in a Christian Perspective, Nashville, TN, Abingdon, 1996.
Tomás de Aquino comprendió la ley como “un ordenamiento de la razón al servicio del bien común, promulgado por quien tiene el cuidado de la comunidad” (Summa Theologiae I-II, 90). La ley eterna gobierna todo en el universo, la ley divina corresponde a la Antigua y a la Nueva Ley de las Escrituras Hebraicas y del Nuevo Testamento, la ley natural trabaja con normas éticas y de comportamiento humano, y la ley civil trabaja con códigos humanos usados para el ordenamiento social. Para una visión general sobre la Ley Natural y sus desarrollos dentro de la tradición Católica, véase Stephen J. Pope, “Natural Law in Catholic Social Teachings” en Modern Catholic Social Teaching: Commentaries and Interpretations, ed. Kenneth R. HIMES, Washington, DC, Georgetown University Press, 2005, pp. 41-71.
Para las perspectivas interdisciplinares sobre derechos en África, véase David HOLLENBACH, ed. Refugee Rights: Ethics, Advocacy, and Africa,Washington, DC, Georgetown University Press, 2008.
S. Jonathan BASS, Blessed are the Peacemakers: Martin Luther King, Jr., Eight White Religious Leaders, y “The Letter from the Birmingham Jail”, Baton Rouge, LA, Louisiana State University Press, 2001, p. 244.
Cfr.Norman PERRIN, Rediscovering the Teaching of Jesus, San Francisco, CA, Harper and Row, 1976, p. 102.
Robert J. KARRIS, Luke: Artist and Theologian New York, Paulist Press, 1985, p. 47.
William P. FAY, “Catholic Social Teaching and the Undocumented,” disponible online en http://www.cliniclegal.org/AboutUs/cstandundocumented.html: acceso el 2/10/2008.
Fuente: www.claiweb.org/ribla
En este artículo me gustaría examinar la migración a la luz de la encarnación, la misión y el discipulado. Más allá de explorar la migración desde un abordaje teológico, se puede ofrecer una nueva forma de entender esta cuestión, compleja y controversial. Mi argumento es que el/la verdadero/a extranjero/a no es aquel/ aquella que no tiene documentos oficiales, sino aquel/aquella que se desconecta tanto de las personas con necesidades, que alcanzan a ver en el/la migrante, tan sólo el reflejo de Cristo y el reflejo de sí mismos/as. La migración, de hecho, no es sólo una cuestión social, política y económica, sino una forma profunda de pensar sobre quiénes somos frente a Dios, y lo que significa ser humano en el mundo.
Abstract
In this essay I would like to examine migration in light of the incarnation, mission and discipleship. In addition to exploring how a theological approach to migration might give us a new way of understanding this complex and controversial issue, my argument is that the true alien is not the one who does not have official papers but those who are have so disconnected themselves from those in need that they fail to see in the immigrant not only the reflection of Christ but also an image of themselves. Migration in fact is not only a social, political and economic issue but a profound way of thinking about who we are before God and what it means to be human in the world.
Hoy, más de 200 millones de personas, o uno de cada treinta y cinco personas en el planeta, están migrando alrededor del mundo. Este es el equivalente a la población de Brasil. Alrededor de 30-40 millones de estas personas son indocumentadas, 24 millones se han movilizado internamente y aproximadamente 10 millones son refugiadas. Una cuestión que define nuestro tiempo, la migración toca cada área de la vida humana, de forma tal que algunos/as investigadores/as se refieren a nuestros tiempos como “la edad de la migración”. Compleja y controversial, la migración evidencia no sólo un conflicto en las fronteras geográficas, sino también las encrucijadas turbulentas entre la seguridad nacional y la seguridad humana, entre derechos nacionales de soberanía y derechos humanos, entre ley civil y ley natural, entre ciudadanía y discipulado .
Dos de las más mortales fronteras de migración son los desiertos entre México y los Estados Unidos y las aguas entre el sur de España y de Marruecos. Más de mil personas por año pierden su vida en estas fronteras entre la Tierra Prometida Americana y la Fortaleza Europea. Algunos van huyendo de una guerra o de una persecución, mientras que otras van buscando un empleo para proveer de alimentación, medicina y abrigo a sus familias que quedan en sus lugares de origen. Prácticamente cada una de ellas, sin excepción, van buscando oportunidades que les permitan vivir sus vidas de forma más digna.
En estas tierras fronterizas de América del Norte y de Europa he preguntado a los/ las inmigrantes y refugiados/as, a lo largo de los años, como se relacionan con Dios en su peligroso periplo. Yo también busco entender a Dios a partir de esta realidad migrante. Durante esta investigación sobre la espiritualidad de los migrantes y la teología de la migración, viajé al pequeño territorio español de Ceuta, que está exactamente al lado opuesto de la península de Gibraltar, en las costas de Marruecos. Allá encontré a un refugiado llamado Emmanuel, y durante tres días él compartió conmigo algunos aspectos de este periplo interior y exterior que gestó mientras migraba hacia el sur de África.
La jornada de él no fue de semanas o meses, sino de años. Perdió no sólo su tierra natal, sino a su hermana, quien murió en el trayecto, mientras ambos intentaban cruzar el desierto del Sahara. Él pasó meses escondiéndose en las montañas, llegando a estar hasta seis meses sin bañarse, comiendo moscas y cachorros de animales salvajes. De incidente en incidente sufrió todo tipo de indignidad imaginable.
Cuando él me preguntó sobre mi vida, le conté que yo era un padre y profesor y que estaba escribiendo sobre la migración, la espiritualidad y la teología. Mis palabras lo hicieron pensar y dudar, mientras él reflexionaba sobre su propia experiencia. Entonces me dijo: “algunas personas dicen que la razón por la cual nosotros los africanos/as sufrimos y tenemos que pasar por tanto dolor es porque nosotros somos descendientes de Judas. Como resultado de lo que hicimos con Cristo, nosotros tenemos que pagar las consecuencias. ¿Es eso verdad?”…
Las palabras de Emmanuel me perturbaron profundamente. Él no sólo me hizo consciente de la necesidad de conectar migración con teología, sino también de la necesidad de releer de manera más liberadora algunos de los temas centrales de las Escrituras, desde la perspectiva de la realidad migrante. En este artículo, me gustaría examinar la migración a la luz de la encarnación, de la misión y del discipulado. Más allá de explorar la migración desde un abordaje teológico, se puede ofrecer una nueva forma de entender esta cuestión, compleja y controversial. Mi argumento es que el/la verdadero/a extranjero/a no es aquel/ aquella que no tiene documentos oficiales, sino aquel/aquella que se desconecta tanto de las personas con necesidades, que alcanzan a ver en el/la migrante, tan sólo el reflejo de Cristo y el reflejo de sí mismos/as. La migración, de hecho, no es sólo una cuestión social, política y económica, sino una forma profunda de pensar sobre quiénes somos frente a Dios, y lo que significa ser humano en el mundo.
Encarnación: fronteras rotas y la migración de Dios hasta la raza humana
Pese a que, relativamente, hay poca investigación teológica sobre este tópico, la migración está en el corazón de las Escrituras. Desde la llamada a Abraham (Gén 12,1-25,18) hasta el Éxodo de Egipto (Ex 1,1-24,18); desde la peregrinación de Israel por el desierto (Ex 12,31; Núm 33,49) hasta su experiencia de exilio; desde la fuga de la sagrada familia a Egipto (Mt 2,13-18) hasta la actividad misionera de la Iglesia ((Mt 28,19-20; Mc 16,15-16; Lc 24,46-49; Jn 20,21-22; Hch 1,8). La propia identidad del Pueblo de Dios está intrínsecamente entrelazada con la historia de riesgo, hospitalidad y movimiento
La comprensión cristiana de Dios está enraizada, como dice Karl Barth, en la “ida del Hijo de Dios a tierras distantes”. Él no usa explícitamente el término migración, sino que sus reflexiones son una forma metafórica de hablar de la ida de Dios hasta el territorio oscuro de una humanidad pecadora, fragmentada. Esta tierra distante está marcada por la discordia y el desorden humano, un lugar de división y disensión, un territorio marcado por la muerte y por el tratamiento degradante a los seres humanos. Este es el mundo en el cual el drama de la migración tiene lugar, y el mundo en el cual Dios entró y al cual sigue escogiendo para entrar.
En el movimiento de Dios con dirección a nuestro mundo, Dios supera las barreras causadas por el pecado, rediseña las fronteras creadas por las personas que se alejaron de Dios y entra en los lugares más remotos y abandonados de la condición humana, a fin de ayudar a hombres y mujeres perdidos/as en su supervivencia terrena, a encontrar el camino de retorno a Dios. En otras palabras, la encarnación revela la gran migración de la historia humana: el movimiento de Dios por amor a la humanidad hace posible el movimiento de la humanidad hacia Dios.
Como narra el evangelista Juan, la migración define la propia auto-comprensión de Jesús: “Jesús, por su parte, sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía” (Jn 13,3). Dios migra dentro de un mundo que es pobre y dividido, no porque haya algo de bueno con relación a la pobreza y la división, sino porque es precisamente desde el lugar más oscuro de la historia desde donde el Dios de la vida quiere revelar esperanza para todos/as en este mundo, como migrantes que experimentan dolor, rechazo y alienación. Incluso cuando los seres humanos mismos erigen todo tipo de barreras, Dios revela en Cristo que nadie está aislado del abrazo divino.
La encarnación, entonces, es un evento de cruce de fronteras, un modelo de auto-donación graciosa, a través del cual Dios se vacía de todo, menos del amor, para poder identificarse más plenamente con los otros/as, para poder entrar completamente en su condición vulnerable y acompañarlos/as en un acto profundo de solidaridad divina-humana. Esta naturaleza de gracia de la encarnación ofrece un referente diferente para avalar la migración humana, puesto que cuestiona algunas de las premisas subyacentes en debate. Al cruzar las fronteras que dividen a los seres humanos de Dios, la encarnación es un don profundo que trae consigo profundas exigencias para aquellos/as que la reciben . La migración no es sólo una metáfora descriptiva del movimiento de Dios en dirección a los otros/as, sino también una respuesta humana de discipulado.
Discipulado: Re-imaginar fronteras; el desafío de la reconciliación
La migración es muy frecuentemente relacionada con las fronteras entre Estados naciones, pero desde una perspectiva teológica, también está ligada con otro tipo de territorio. El discipulado cristiano, en cuanto situado en el contexto de la ciudadanía del reino en este mundo, está irrevocablemente basado en la ciudadanía y en un movimiento que se dirige a otro reino. El reino que proclamó Jesús es un reino de verdad y vida, de santidad y gracia, de justicia, amor y paz, que conduce a las personas a un terreno concreto de acción social y de una ética diferente . El reino no está basado en un aspecto geográfico o político, sino en una iniciativa divina de apertura del corazón y compromiso relacional. El reino fomenta una visión diferente del mundo, donde muchos/as de los primeros/as son los/as últimos/as primeros/as (Mt 19,30; Mc 10,31; Mt 20,16; Lc 13,29-30). Jesús claramente enseñó que muchos de los valores y medidas que las personas emplean para medir a otras personas de este mundo serán invertidos en el mundo que viene; muchos/as de aquellos/as que son excluidos/as ahora, tendrán prioridad en el reino. A más de ello, este reino no es un territorio estático, sino un territorio que llama a las personas a la movilidad, haciendo de la Iglesia exiliados en la tierra, extraños en este mundo y transeúntes en tránsito a otro lugar.
Después de llegar al poder y volverse más próspero, Israel frecuentemente olvidó su historia de migración de Egipto y, consecuentemente, se olvido de aquellos/as que los trataron de extranjeros y migrantes. La palabra ‘Egipto’ (mitsrayim) literalmente significa “doble estrechez” (es una referencia a los estrechos superior e inferior que formaban el territorio de Egipto, a través del cual corría el río Nilo), “lugares estrechos” o “confinamiento estrecho” . En Éxodo 20,2 leemos “Yo, el Señor, soy tu Dios, que los trajo de la tierra de Egipto, aquel lugar de esclavitud”. Al ir más allá de la lectura literal de la palabra mitsrayim, las interpretaciones figurativas subsecuentes son impresionantes. Israel fue liberado no sólo de un territorio nacional específico, sino también de una forma estrecha de pensar. La liberación en el Sinaí significa algo más que la simple retirada de las cadenas. Ella envuelve una migración cognitiva, que asume una nueva perspectiva, que adopta una nueva forma de mirar el mundo, de experimentar una visión diferente y, fundamentalmente, una nueva forma de amar como Dios ama. La migración de Israel, después del Éxodo, deberá ayudarle a vislumbrar otra forma de vivir en el mundo que probó ser más desafiante que la mera migración geográfica. La sabiduría rabínica, a lo largo de los siglos, constantemente reiteró que era más fácil sacar a Israel de Egipto, que sacar a Egipto (y su mentalidad imperial) de Israel.
Más allá de prometer lealtad a un país específico, el evangelio resalta que nuestra obediencia última debe ser solamente a Dios, que es quien nos conduce más allá de cualquier frontera nacional o política, a una fidelidad última que es al reino. En la carta de Pablo a los Filipenses, él describe a los cristianos/as como personas que viven en ese mundo, pero cargando el pasaporte para ir a otro mundo: “Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor” (Flp 3,20). El escritor de Hebreos habla de la jornada en esperanza con dirección a un lugar diferente: “sabiendo que no tenemos aquí una patria permanente, sino que andamos en busca de la futura.” (Heb 13,14). Eso significa que, pese a que las fronteras que definen a los países, pueden tener algún valor aproximado, ellas no son las que, en última instancia, definen el cuerpo de Cristo.
La Iglesia no sólo traspasa las fronteras, sino que se une con aquellos/as que están al otro lado de ellas, dando así expresión a su interconexión como pueblo de Dios. La Iglesia sirve a todas las personas, independientemente de sus creencias religiosas, de su estatus político o de sus orígenes nacionales. En imitación a su fundador y su cuidado de todos/as, la Iglesia da preferencia especialmente a aquellos/as que son pobres, vulnerables, tratados como insignificantes por este mundo.
Desde la perspectiva de una teología de la migración, ningún texto es más central que Mateo 25,31-46 . Mientras que los estudiosos/as siguen debatiendo quienes son los “menores” (en griego elachistōn) en esta pasaje, lo que es significativo para nuestra discusión aquí es que este texto se parece mucho a un resumen descriptivo del/la migrante y refugiado/a: hambriento/a en su tierra natal, sediento/a en los desiertos que intentan cruzar, desnudo/a después de haber sido robados/as de sus pertenencias, hechos/as prisioneros/as en centros de detención, enfermos/as en hospitales, y si ellos y ellas consiguen llegar a su destino, serán frecuentemente alienados/as, marginados/as. Cuidar de los/as menos significativos/as de la sociedad implica cruzar fronteras, a fin de forjar nuevas relaciones y poner el veredicto del juzgamiento, en gran medida, en las propias manos de las personas: la calidad con que las personas cruzan las fronteras en esta vida determina la calidad con que van a cruzar la otra (Lc 16,19-310). Cruzar estas fronteras es central para la creación de una sociedad más justa, y eso está en el corazón de la misión de la Iglesia.
Misión: Cruzar fronteras y construir una civilización de amor
La misión de la Iglesia como comunidad de discípulos/as es proclamar a un Diosde la vida y hacer de nuestro mundo algo más humano; en palabras del Papa Pablo VI, construyendo la “civilización del amor” . El mensaje universal del evangelio está dirigido a todas las naciones y a todos los pueblos, y trata sobre todos los aspectos de los seres humanos y al completo desarrollo de cada persona . La Iglesia, a través del poder del Espíritu, asume el Gran Mandato de Jesús de migrar a todas las naciones, proclamando la Buena Noticia de la salvación y trabajando contra las fuerzas del pecado que desfiguran la imagen de Dios en cada ser humano (Mt 28,16-20). A más de los ministerios fundadores de Pedro y Pablo, la tradición sustenta que tales esfuerzos misioneros hicieron que Santiago emigrase a España, Felipe a Asia y Tomás a la India, incluso se dice que llegó a las Américas.
Esta misión desafía aquellas tendencias humanas que idolatran al Estado, a una religión o a alguna ideología particular, usada como fuerza para excluir y alienar, tanto cuando es usada para someter como para fingir obediencia a una causa mayor. La apertura de Jesús a los/as gentiles, su búsqueda de la mujer siro-fenicia o de la cananea (Mt 15,21-28, Mc 7,24-30), su respuesta al centurión romano (Mt 8,5-13, Lc 7,1-10) y su práctica de mesa compartida ilustra la disposición que Él tuvo para sobrepasar las fronteras e interpretaciones estrechas de la ley, en obediencia a una ley mayor: la ley del amor (Mc 12.28-34).
El compartir de la mesa de Jesús con los pecadores/as (Mt 9,9-13), su preocupación por aquellos/as que estaban fuera de la ley (Mt 8,1-4) y su elogio al justo Buen Samaritano (Lc 10,25-37) levantan importantes preguntas sobre la ley, sus objetivos, sus malos usos y sus abusos. Jesús reconoce el valor de la ley (Mt 5,17-18), pero también desafía a las personas para que vean un cuadro más amplio de la ley y entiendan su significado más profundo (Lc 13,10-17). En los evangelios hay tres relatos paralelos de los discípulos de Jesús arrancando espigas de trigo en Sábado, para aliviar el hambre y de Jesús curando a un hombre que tiene una mano seca, en la sinagoga y en sábado. Cuando es cuestionado por los líderes religiosos y por las multitudes por estas acciones que trasgreden las leyes sobre el sábado, Jesús responde que el sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado; que la “ley mayor” dice que lo legal es hacer el bien el sábado y, por extensión, cualquier otro día (Mt 12,1-14; Mc 2,23-3,6; Lc 6,1-22). En sus palabras y acciones, Jesús demuestra que la compasión exige una lectura de la ley que tenga como consideración primera , la satisfacción de las necesidades humanas.
Ninguna área es más divisora en el debate sobre la migración que la cuestión de las leyes y las políticas públicas de inmigración . En los discursos públicos es común escuchar a personas decir que no tienen problema con la migración, sino con el hecho de que las personas que emigran quebrantan la ley. El problema con esta perspectiva es que, al invocar categorías clásicas de Santo Tomás de Aquino, no se hacen distinciones entre lo que es la ley divina, la ley eterna, la ley natural y la ley civil . Esta confusión se vuelve particularmente problemática cuando algunas personas, haciendo uso de una interpretación errónea de la teología paulina (Rom 13,1-7), incuestionablemente relacionan ley civil y política pública con un mandato divinamente ordenado. Las ordenaciones y regulaciones relacionadas con los derechos nacionales de soberanía y ley civil necesitan ser vistas junto con ,las necesidades, deberes y responsabilidades propias de los derechos humanos, de la ley natural y de la voluntad de Dios . Aun cuando la noción misma de ‘ley natural’ es un tópico altamente disputada en los estudios teológicos, y nuestra comprensión de ‘ley divina y eterna’ sea incompleta, como mínimo ‘ley’ significa que la dignidad humana derivada de la imago Dei (Gén 1,26) exige la satisfacción de las necesidades humanas básicas.
Las estructuras de una sociedad deben ser seriamente examinadas, bajo la totalidad de la racionalidad legal, cuando millares de migrantes y refugiados/as, que buscan comida, techo, ropas y trabajo, mueren todos los años, intentando cruzar lugares como los desiertos del sureste americano o las aguas que dividen África del norte de Europa. Aquí hay varios tipos diferentes de ley que están operando: leyes de las naciones que controlan fronteras; leyes de naturaleza humana que llevan a las personas a buscar oportunidades que prometen vidas más dignificadas; ley natural que trabaja con dimensiones éticas para responder a aquellos/as que están en necesidades; y la ley divina que busca entender la voluntad del Providente Creador para todas las personas. El hecho de que tantos migrantes estén muriendo en su búsqueda de una vida más digna, provoca preguntas serias sobre las actuales leyes y políticas civiles y su disonancia con otras formas de ley. Como Martin Luther King, Jr. lo expresó: “Una ley injusta es una ley humana que no está enraizada en la ley eterna y en la ley natural” ; ella es violencia contra la imago Dei. Cuando las personas cruzan las fronteras sin la apropiada documentación, la mayoría no está simplemente quebrando las leyes civiles, sino que están obedeciendo a las leyes de la naturaleza humana, tales como la necesidad de alimentar a sus familias o encontrar un empleo que satisfaga su deseo de una vida más digna.
Jesús también estaba preocupado con la ley, por la forma como ésta había tomado cuerpo en la formulación religiosa. Su práctica de compartir la mesa nos ofrece una ventana muy importante para la comprensión de la ley a la luz del Reino de Dios. A través del compartir de la mesa, Jesús cumple con el mensaje de los profetas, convida a todas las personas para la salvación y promete a sus discípulos un lugar en ‘la mesa’ del Reino de Dios (Lc 22,30). Jesús, con frecuencia, cruzó las fronteras creadas por las estrechas interpretaciones de la ley y compartió una relación con aquellos/as que estaban marginados de la sociedad, a fin de crear nuevas comunidades. Jesús, de manera particular, fue en busca de aquellos/as que eran marginados/as racial (Lc 7,1-10), económica (Lc 7,11-17), religiosa (Lc 7,24-35) y moralmente (Lc 7,36-50). Este convite a la mesa era una buena noticia para los/as pobres y otros/as que eran considerados insignificantes o eran rechazados/as por la sociedad, pero también confundía a algunos/as y escandalizaba a otros/as. La importancia de que Jesús comparta la mesa con los pecadores es que Él cruza las fronteras humanas que dividen a un ser humano de otro.
El compartir la mesa con los pecadores, en palabras de Norman Perrin, “debió ser más significativa para sus seguidores/as y más ofensiva para sus críticos/as”. Su rechazo de las categorías sociales y religiosas de inclusión – exclusión fue probablemente lo que llevó a sus críticos/as a querer acabar con Jesús, dado que su postura confrontaba su visión religiosa. Como afirma R. J. Karris: “Jesús fue crucificado por la forma como Él comió”. Al invitar a escribas, recaudadores de impuestos, pescadores y zelotes a una misma comunidad, Jesús desafió a sus seguidores/as a vivir una nueva forma de relacionamiento que sobrepase las fronteras humanamente construidas; una forma de ralación que no se base en el estatus social, ni en las reglas de una nación o en una auto-justificación religiosa, sino en una esperanza común que se sustentaba en la venida del Reino de Dios (Mt 8,11; 11,16-19). Para Jesús, la capacidad ilimitada de misericordia de Dios no podía ser contenida dentro de las paredes de mentalidades limitadas (Mt 7,1-5; Mt 13,10-17), y Él desafiaba a las personas a que se dieran cuenta de una ley mayor, basada en la misericordia infinita de Dios, en lugar de sus nociones limitadas de merecimiento y no merecimiento (Lc 6,27-38).
Conclusión: Una Iglesia migrante en un mundo extranjero
Una teología de la migración busca entender lo que significa asumir la mente y el corazón de Cristo a la luz de la situación de los migrantes y refugiados/as de hoy. Ella busca fortalecer a los/as débiles y empoderar a una Iglesia peregrina, a través de una visión renovada de Dios y de la vida humana, en la forma como ella es vivida entre el horizonte escatológico de fe e increencia, y un horizonte histórico de justicia e injusticia. Ella ofrece no sólo más información, sino una nueva imaginación, una imaginación que refleja en su corazón lo que significa ser humano delante de Dios, y vivir juntos/as en comunidad
La fe cristiana y su comprensión de la migración reposa, en última instancia, no solamente en las vicisitudes de la política o en los intereses legítimos de las naciones-estados, sino en aquel que emigró del cielo a la tierra, quien a través de su muerte y resurrección, pasó de la muerte a la vida. Pablo resalta cómo la muerte, al derrumbar la pared de la enemistad y la división y vuelve posibles nuevas oportunidades para la reconciliación, al tiempo que revela nuestras conexiones más profundas para ser una familia humana en su sentido más amplio (Ef 2,14). De la misma forma, cuando hay paredes impenetrables que persisten en el corazón humano, el seguimiento de Cristo es una invitación a “emigrar” con Él, del pecado a la gracia, de la esclavitud a la libertad, de la injusticia a la justicia, de la muerte a la vida nueva.
Limitar la compasión a las fronteras de una nacionalidad, de una familia o incluso de uno/a mismo/a, es una migración que nos aleja de la reconciliación y nos direcciona a la desintegración. Para tales personas, una teología de la migración nunca tendrá sentido, pues siempre será una noticia que viene de tierra extranjera. Sin embargo, desde una perspectiva cristiana, el y la verdadero/a extranjero/a no es aquel/aquella indocumentado/a políticamente, sino aquellos/as que se desconectan de tal forma de su prójimo necesitado, que ellos/as hablan sin ver en los ojos del extranjero/a un espejo en que se refleja la imagen de Cristo y la imagen de ellos mismos (Mt 25,31-46), que está llamando a vivir la solidaridad humana.
Daniel Groody, csc /
1 Corby Hall / Notre Dame, IN 46556 / USA
E-mail: dgroody@nd.edu
Fone: 574 850-4511 or 574 631-5096.
Dr. Daniel G. Groody, csc es sacerdote de la Congregación de la Santa Cruz. Enseña teología y es el Director del Centro para la Espiritualidad y la Cultura Latina en el Instituto para Estudios Latinos de la Universidad de Notre Dame. Es autor de varios libros, incluido Border of Death, Valley of Life: An Immigrant Journey of Heart and Spirit (2002) y Globalization, Spirituality, and Justice: Navigating the Path to Peace (2007). También es editor de The Option for the Poor in Christian Theology (2007), y con Gioacchino Campese, co-editor de A Promised Land, A Perilous Journey: Theological Perspectives on Migration (2008). También es el productor executivo de varios filmes y documentales que incluye One Border, One Body: Immigration and the Eucharist e Dying to Live: A Migrant’s Journey. Para más informaciones véase www.nd.edu/~dgroody y www.dyingtolive.nd.edu.
Para más informaciones sobre estas estadísticas, véase http://www.iom.int/jahia/Jahia/pid/254.
Stephen CASTLES y Mark J. MILLER, The Age Of Migration: International Population Movements In The Modern World, Londres: The Guilford Press, 2003.
Daniel G. GROODY y Gioacchino CAMPESE, eds., A Promised Land, A Perilous Journey: Theological Perspectives on Migration, Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 2008. Este artículo se deriva, en parte, de un trabajo más largo que aparecerá en Theological Studies el 2009.
Karl BARTH, Church Dogmatics, IV.1, “The Doctrine of Reconciliation,” trad. G. W. BROMILEY, ed. G.W. BROMILEY y T.F. TORRANCE, Londres: T&T Clark International, 1956/2004, pp.157-210.
Gustavo GUTIÉRREZ, “Memory and Prophecy,” en The Option for the Poor in Christian Theology, ed. Daniel G. GROODY, Notre Dame, IN, University of Notre Dame Press, 2007, p.28.
Lumen Gentium, no. 36.
Christine POHL, “Biblical Issues in Mission and Migration,” Missiology 31 no. 1 (Janeiro 2003): 3-15.
Agradezco a Lisa Marie Belz por esta sugerencia. Las letras hebraicas para “Egipto” son aquellas encontradas en el Sal 116,3 “la trampa (literalmente “el confinamiento opresor” o “estrechos apartados”) del Sheol…”; y el Sal 118,5 “desde mi ‘aflicción’ (literalmente ‘estrecho,’ ‘confinamiento estrecho,’ ‘lugar apartado’) yo clame al Señor”. Hay una combinación exacta entre el no-vocalizado “Egipto” hebraico y los “estrechos apartados” como está escrito en Lam 1,3: “Todos sus perseguidores vinieron sobre ella, donde ella estaba estrechamente confinada”. El autor de las Lamentaciones está claramente usando aquí un juego de palabras, entre “confinamientos estrechos” y Egipto. Véase Laurel A. DYKSTRA, Set Them Free: The Other Side of Exodus, (Maryknoll, N.Y., Orbis Books, 2002, p. 58.
Para más informaciones sobre las diferentes formas como Mateo 25,31-46 ha sido interpretado a lo largo de la historia, véase John DONAHUE, “The ‘Parable’ of the Sheep and the Goats: A Challenge to Christian Ethics,” Theological Studies 41, no. 1 (Marzo 1986): 3-31.
Pablo VI, Discurso Regina Coeli, 17 de mayo de 1975, Disponible online en http://www.civilizationoflove.net/19700517_Summary.htm, acceso el 19 de octubre de 2008.
Populorum Progressio, no. 42.
Sobre un trabajo importante respecto a Política Pública y valores cristianos, véase Dana W. WILBANKS, Re-Creating America: The Ethics of U.S. Immigration Refugee Policy in a Christian Perspective, Nashville, TN, Abingdon, 1996.
Tomás de Aquino comprendió la ley como “un ordenamiento de la razón al servicio del bien común, promulgado por quien tiene el cuidado de la comunidad” (Summa Theologiae I-II, 90). La ley eterna gobierna todo en el universo, la ley divina corresponde a la Antigua y a la Nueva Ley de las Escrituras Hebraicas y del Nuevo Testamento, la ley natural trabaja con normas éticas y de comportamiento humano, y la ley civil trabaja con códigos humanos usados para el ordenamiento social. Para una visión general sobre la Ley Natural y sus desarrollos dentro de la tradición Católica, véase Stephen J. Pope, “Natural Law in Catholic Social Teachings” en Modern Catholic Social Teaching: Commentaries and Interpretations, ed. Kenneth R. HIMES, Washington, DC, Georgetown University Press, 2005, pp. 41-71.
Para las perspectivas interdisciplinares sobre derechos en África, véase David HOLLENBACH, ed. Refugee Rights: Ethics, Advocacy, and Africa,Washington, DC, Georgetown University Press, 2008.
S. Jonathan BASS, Blessed are the Peacemakers: Martin Luther King, Jr., Eight White Religious Leaders, y “The Letter from the Birmingham Jail”, Baton Rouge, LA, Louisiana State University Press, 2001, p. 244.
Cfr.Norman PERRIN, Rediscovering the Teaching of Jesus, San Francisco, CA, Harper and Row, 1976, p. 102.
Robert J. KARRIS, Luke: Artist and Theologian New York, Paulist Press, 1985, p. 47.
William P. FAY, “Catholic Social Teaching and the Undocumented,” disponible online en http://www.cliniclegal.org/AboutUs/cstandundocumented.html: acceso el 2/10/2008.
Fuente: www.claiweb.org/ribla
No hay comentarios:
Publicar un comentario