1.-
Introducción al proceso de la crisis y la cura.
Las
crisis son procesos que vivimos los seres humanos, existen crisis personales,
grupales y sociales, siempre están referidas a un cambio que trae consecuencias
en un tiempo dado; y una modificación importante en el desarrollo de algún
suceso.
Encontramos
crisis de distintos tipos, por ejemplo: sociales, económicas, políticas,
mundiales, personales y entre otras actuales en un lenguaje popular la llamada
“crisis de nervios”, causadas por el estrés que produce entre otras causas una
catástrofe natural.
En
tiempo de crisis parece escasear la serenidad, la templanza, la bonanza y
aumentar los temores, el caos y el dolor. Sinónimo de crisis es la
inestabilidad, un conflicto o una situación delicada, las personas la asocian a
calamidad y desequilibrio por lo tanto, nadie las espera.
El
comportamiento en tiempo de crisis suele ser de un miedo intenso, acompañado de
la percepción de un peligro real o supuesto. El 27 de febrero es una fecha que
recordaremos por mucho tiempo nuestra generación y las siguientes, especialmente
en quienes perdieron uno o varios seres queridos, también en aquellos y
aquellas que cambiaron su proyecto de vida, su lugar de residencia, sus grupos
de pertenencia, etc.
Nuestro
tiempo actual se enmarca dentro de un tiempo de crisis, hace tres meses que
compartimos millones de habitantes de este país el flagelo de un terremoto y
varios tsunamis, y posteriormente las réplicas y secuelas que nos dejara esta
experiencia. Es en este contexto que comienzan las búsquedas de respuesta
acerca de: ¿quién puede hacer algo por mí? y ¿qué puedo hacer por alguien?
Según
Clinebell “Como un instrumento para profundizar y dar vida a las relaciones. El
cuidado y asesoramiento pastoral puede ayudar a otorgar una renovación continua
a los pastores y a las personas en la iglesia y en la comunidad”[1]
El
acompañamiento pastoral o cura de almas es una actividad que en general
realizan pastores, pastoras, líderes, u otros hermanos y hermanas que tengan
las herramientas necesarias para ir en ayuda de personas que enfrentan crisis
existenciales tales como el duelo.
El
duelo es un proceso de ajuste emocional después de una pérdida, en general
largo y doloroso de adaptación a nuevas situaciones, es una experiencia común a
la especie humana ya que todos en algún momento de nuestra historia vamos a
experimentar, por lo tanto no es una enfermedad, sino un acontecimiento vital
estresante.
En
nuestro país estamos viviendo un período post trauma, algunos síntomas como
trastornos de sueño, dificultad para conciliarlo o mantenerlo, trastornos
alimenticios, irritabilidad, musculatura poco relajada hasta crisis de pánico y
trastorno de ansiedad y depresión especialmente en mujeres, síntomas que nos
han acompañado hasta hoy.
Bajo
estas circunstancias es que la fe de los creyentes se pone a prueba y se
requiere de una fuerza externa que venga en nuestro pronto auxilio. Ahí es
cuando se requieren hombres y mujeres que inspirados por Dios lleguen a
reunirse junto a quienes sufren, intentando ser facilitadores de elaboración de
este período de angustia.
Para
poder comenzar un proceso de sanación el punto de partida es que las crisis
además de su carga negativa las podemos leer como una oportunidad de
aprendizaje y crecimiento. Las crisis son una forma de renacer, un desafío y
una oportunidad de madurar.
2.-Empezar
a sanar.
Sanar
es un proceso, y para poder entrar en el debemos creer firmemente que es
posible entrar en este, el neuropsiquiatra francés Boris Cyrulnik nos plantea
el concepto de resiliencia (capacidad de los sujetos para sobreponerse a
períodos de dolor emocional[2]) y nos explica “Cuando uno estudia las encuestas
epidemiológicas mundiales de la OMS (organización mundial de salud), observa
que actualmente una persona de cada dos ha sufrido o sufrirá un grave trauma
durante su vida (guerra, violencia, violación, maltrato, incesto, etc.) Una de
cada cuatro personas experimentará al menos dos traumas graves. En cuanto a las
demás, no escaparán a las pruebas a que las someterá la vida.”[3]
Entonces,
debemos pensar que no somos inmunes a las experiencias traumáticas de dolor,
sino que es probable que en algún momento de nuestra vida tengamos que
participar invitados o no, a una o varias de estas situaciones.
Sanar
es restituir a uno la salud que había perdido[4], también es sinónimo de curar,
aliviar, restablecer, regenerar entre otras palabras; es decir sanarse es
volver a un estado anterior que ya se poseía o adquirirlo de alguna forma si se
precisa.
Aliviar
el dolor pudiese ser un punto de partida, en tiempo de crisis podemos empezar a
conversar que de alguna manera en la mayoría de los desastres las cosas pronto
vuelven a la normalidad, que los desastres no necesariamente son un castigo de
Dios, sino son fenómenos naturales que ocurren una y otra vez.
También
es importante hacer notar que las personas que sufren necesitan ayuda de otros
profesionales de la salud, de la fe, de agentes sociales en general para poder
empezar a superar su situación; ya que es importante generar lazos para poder
dosificar la angustia.
El
estar confundido o asustado es propio de un proceso inicial de trauma,
necesitamos que alguien nos explique la situación acerca del momento que
vivimos, que responda a muchas preguntas que surgen en estas instancias, la
calidad y asertividad de las respuestas hará una gran diferencia para la vida
de quienes están siendo ayudados.
Siempre
que realicemos un acompañamiento pastoral y dependiendo de la edad de las
personas que se intenta ayudar, es necesario motivar para que las hermanas y
hermanos hablen del tema traumático, si son niños tal vez su forma de
comunicarse será a través de un dibujo o un juego, que facilitará su apertura a
contar sus emociones y frustraciones. En caso de adultos podemos usar textos
bíblicos que narren historias por ejemplo: acerca de un pueblo sufriente en que
Dios intercedió a su favor, cambiando el curso de la historia.
Abrir
un espacio para hablar y llorar juntos, mirarnos y reencontrarnos (ya que somos
los mismos y diferentes al mismo tiempo), contactarnos en el dolor y en los
temores actuales; la labor de quien realice el acompañamiento pastoral deberá
ser tratar de entender los problemas espirituales concretos, los asuntos de fe
en la crisis, indicar formas de oración que promuevan un camino al crecimiento
y fortalecimiento espiritual.
3.-
Consolación en tiempo de crisis.
Bienaventurados
lo que lloran, porque ellos recibirán consolación-Mateo 5.4
El
rol terapéutico de la comunidad iglesia es entender que la iglesia toda tiene
la misión de ser sanadora, Pablo enseña en los Corintios “De manera que si un
miembro padece, todos los miembros se duelen con él…”[5] cuando un hermano o
hermana, una familia de la fe está afligida todos su grupo debería percibir la
angustia de ellos y hacerla parte de sí mismo, en las crisis catastróficas de
terremotos y tsunamis que son parte de la historia de nuestro país debemos
aprender a acompañarnos y recuperarnos aprendiendo las lecciones que nos han
dejado los eventos pasados.
Redescubrir
el papel terapéutico a través de la visión de la fe, generar posibilidades de
solidaridad en el acompañamiento y fidelidad a las enseñanzas de Jesucristo,
permitirán generar bases sólidas para un proceso sanador en cada creyente que
busque ayuda.
El
consuelo es un descanso y un alivio de la pena, molestia o fatiga que aflige y
oprime el ánimo[6], el dar consuelo, ayudar a aliviar el sufrimiento y
acompañar en momento difíciles implica ser muy cuidadoso en las frases
elegidas, este manejo es crucial para que el otro pueda sentirse reconfortado y
no oprimido o con mayor carga afectiva negativa.
El
respetar la gravedad del dolor muchas veces implica acompañar en el silencio,
en el clamor, en el afecto genuino por los sentimientos de otro miembro de la
especie humana, hijos de un mismo padre divino. Las frases tales como: “sé cómo
te sientes” “yo en tu lugar haría o diría tal cosa” no ayudan, al contrario
impiden ser empático/a ya que uno nunca podrá conocer al otro completamente.
4.-
La esperanza nunca debe perderse.
Creer
en un mañana favorable es la confianza que se debe inyectar en un acompañamiento
pastoral, no sólo depende de una disposición anímica, de lo contario los
depresivos no tendrían esperanza, sino que se refiere a las posibilidades que
van apareciendo en nuestro caminar, después de cada invierno llega la
primavera, que trae colores, aromas y sabores que durante un tiempo los
habíamos olvidado, así también tras las crisis llegan otros aprendizajes y
nuevas razones para sonreír y sentirse bendecido por Dios.
La
capacidad para recuperarse de experiencias de dolor y horror, el devolver la
autoestima, la confianza en el futuro y las ganas de vivir son los objetivos
que deben estar en la esperanza de la superación del trauma.
A
pesar de haber situaciones de estrés post-traumáticos, los seres humanos tienen
la capacidad de alcanzar una vida más o menos normal, podemos descubrir que las
personas llevan recursos latentes e inesperados, que ni ellos/ellas mismas
sabían que desarrollarían y que les permitirá transformar su fragilidad en
riqueza personal.
Desde
una perspectiva espiritual, la esperanza es el renuevo necesario que deja ver
más allá de la oscuridad, llegar a conocer a Dios significa recibir esperanza,
a pesar de todas las desilusiones que pasa el hombre siempre viene la gran
esperanza acerca de Dios que nos ama y nos redime con su amor.
“El
renuevo que me diste Señor, hoy me hace cantar…”
Natalia
Salas Molina
Licenciada
en Psicología, Pastora Iglesia IMP San Bernardo-La Portada, Bachiller en
Teología.
[1]
Howard, Clinebell. Asesoramiento y Cuidado Pastoral, Buenos Aires, Nueva
Creación, 1995, pág. 18.
[2]
es.wikipedia.org/wiki/Resiliencia_(psicología)
[3]
www.redsistemica.com.ar/cyrulnik.htm
[4]
www.wordreference.com/definicion/sanar
[5]
La Biblia Devocional de Estudio. Liga Bíblica, U.S.A. Illinois, 1991, pág.1006.
[6]
www.rae.es
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